|
Paula Vélez tenía muchas habilidades. Sabía doblar perfectamente las corbatas de sus amigos, hacer tres tipos diferentes de pastas con los mismos ingredientes, memorizaba las letras de las canciones que escuchaba tan sola una vez, podía multiplicar casi cualquier cifra mentalmente y podía armar una Glock 27 con los ojos cerrados sin fallar ni una sola vez. Aunque estas habilidades bien podrían ponerla al centro de una acalorada conversación o hacerla el alma de la fiesta, era todo menos lo que se podría esperarse de ella. Ciertamente no tenía amigos a quien atarle la corbata, comía siempre platillos de microondas, nunca cantaba las canciones que sabía de memoria y jamás ayudó a nadie que necesitara un cálculo inmediato. Eso sí, lo de la Glock 27 sí lo hacía regularmente, para ser precisos unas cinco veces por semana; a las 7:30pm, justo después de la ducha de rigor y justo antes de revisar su correo. Pensaba que leer las cartas después de relajarse le ayudaría a soportar lo que en ellas podría venir escrito. No porque temiera al recibo telefónico o al estado de cuenta de su tarjeta, sino más bien por aquellas cartas que podría recibir sin aviso cualquier día de la semana. Esa carta no tenía remitente ni alguna otra especie de membrete que ayudara a identificar su origen. Era un sobre blanco sin más. Dentro de este venía una página de papel bond de 21.0 x 29.7 con un párrafo impreso en letras negras. Éste párrafo no era más que ceros y unos, un simple código binario. Irina había recibido esa carta hace apenas unos minutos. No le era difícil descifrar el código usando solo cálculos mentales, ya que como dije anteriormente, esa era una de sus tantas habilidades. Los mensajes enviados en binario eran sencillos; un hotel y un nombre, ni más ni menos. Hotel Plaza Martín, Karla Montalvo. Irina, que había estado todo tiempo esta recostada en el sofá de la sala, se dispuso a ir a la cama. La misión comenzaría, como siempre, al siguiente día, a las 8:00 pm.
Bienvenida a Hotel Plaza Martín, ¿En qué puedo ayudarla, madame? —Sí, vengo por una reservación a nombre de Karla Montalvo. —Si es tan amable de esperar unos segundos, enseguida lo verifico. —El recepcionista revisaba el listado de reservaciones, mientras sin que éste se percatara, Irina hacía un recorrido visual por todas las personas que caminaban de un lado a otro por el lobby, tenía que estar alerta—. Sí, aquí está. Madame Montalvo, habitación 623. —Merci, Monsieur —dijo guiñando el ojo. El procedimiento siempre era el mismo, llegar al hotel indicado, preguntar por el nombre indicado y después llegar a la habitación indicada. Todos los pasos eran en sí una desquiciada ruleta rusa. Pero eso no importaba, llevaba cerca de cinco años haciendo lo mismo unas dos o tres veces por mes. No tardó en encontrar la habitación 623. Entró sin hacer el más mínimo ruido, estaba altamente capacitada para hacerlo, revisó a conciencia uno a uno los cuartos de la 623 hasta quedar satisfecha. El procedimiento así lo demandaba, además claro que el mismo sentido común. Después de despejar las dudas sobre si era o no la única persona en esa suite, se dispuso a proseguir con el siguiente paso: Tomar el sobre que estaba en la mesa de noche. Ella lo había visto desde que entró, era lo más importante y la principal razón por la cual estaba en ese lugar, leer el contenido de ese sobre. La situación era sencilla. Dentro del sobre se encontraba una página igual que la recibida por correo, pero con una diferencia. Solamente había un nombre con dos posibles acciones a efectuarse una vez leído. Si el nombre estaba escrito con tinta negra, no era prioridad y dependía exclusivamente de ella aceptar el encargo o no, de no hacerlo, otro tomaría el trabajo. Cabe destacar que esos trabajos eran menos cotizados, por lo que la ganancia era bastante precaria. Los nombres escritos en carmesí, eran en cambio los mejores pagados. La tinta carmesí significaba una única cosa: Que la persona a quien perteneciera ese nombre debería morir dentro de las próximas cien horas exactas. Cuatro días exactos a partir del momento en que era recibida la carta y debía morir a manos del agente quien había leído dicho nombre, sin excusas, sin contratiempos. Todo lo necesario para el encargo era llevado por el personal de servicio del hotel hasta la habitación de turno. Armas, documentos, dinero, incluso ropa. Recibir un nombre carmesí significaba un trabajo arduo y riesgoso. Desde acabar con un político presidencial, un empresario, el jefe de una mafia o hasta a un artista. No había límite. El agente debía llevar a cabo su misión para obtener un cheque de hasta seis cifras y la garantía de recibir únicamente nombres negros por lo menos unos 3 meses. Es decir, vacaciones. Irina tomó el sobre y se dispuso a leer la carta. Sin saber que serían a partir de ese momento, las peores cien horas de su vida.
Cinco segundos después de abrir el sobre, un escalofrío recorrió la espalda de la joven. Sus mejillas naturalmente rosadas y sus labios rojos, lentamente se ponían pálidos, así como ella también caía lentamente de rodillas. Quizás se debió a un reflejo involuntario que su cuerpo recordaba su entrenamiento mejor que su cerebro, pero al acurrucarse de esa forma, pudo librarse de la primera ráfaga de disparos. Fueron cinco disparos desde la ventana, su cuerpo se movía solo ya que su mente aun no asimilaba lo que sucedía. Rápidamente buscó refugio tras la gran cama estaba junto a ella y tomó la Glock que llevaba entre sus ropas. A todo esto ya había sincronía entre su cuerpo y su mente, llegando a sentirse avergonzada de haber perdido la compostura. Era hora de poner en práctica lo aprendido y salir viva de ahí a toda costa. La segunda ráfaga de balas hizo su aparición. Irina no podía hacer más que agacharse, poner sus pechos lo más pegado al suelo junto a todo su cuerpo. Por el ángulo de los disparos sabía que el tirador estaba en el edificio de enfrente haciendo imposible que ella le disparara antes de que él le volara los sesos. La vía de escape era la puerta por donde entró pero existía la posibilidad de un segundo agente esperando afuera. Más no podía quedarse ahí toda la noche. Con esfuerzo logró deslizar el minibar de la suite hasta la otra esquina de la habitación y justo cuando el tirador disparaba hacía ese lugar, Irina salió ágilmente hacia el pasillo, esperando el ataque de otro asesino a sueldo. Pero no había nadie, los demás inquilinos habían salido a ver lo que sucedía, por lo que un ataque con tantos testigos sería inconcebible.
Aprovechando la algarabía de los demás huéspedes, volvió a esconder su Glock entre sus ropas y se dispuso a salir de ese hotel. Debía hacerlo rápido, desconocía la cantidad de agentes que estaban tras sus huesos e incluso no sabía si el personal del hotel estaban en su contra. Solo contaba consigo misma. Llegando al lobby tuvo la impresión de ver a por lo menos dos agentes más pero que no hicieron un mínimo intento por detenerla. Tomó un taxi sin especificar su destino, su apartamento ya no era seguro pero temiendo lo peor sus otras dos casas de seguridad tampoco lo eran, su último recurso era seguir moviéndose, enfrentar uno a uno a los agentes que la seguían en ese momento y sólo entonces poder detenerse a pensar su siguiente movimiento. Pero todo cambió cuando su celular recibió una llamada. —Parece que saliste con vida del hotel, aunque bueno, fue porque así lo dispuse. —Endrit. —La sangre de Irina tornabas caliente en un instante—. Mal nacido ¡Así que tú estás detrás de todo esto! ¿Qué carajos ocurre? — ¿De esa manera agradeces al tipo que te acaba de salvar la vida? Los cuatro agentes que estaban cazándote son de primer nivel, igual de buenos que tú y uno de ellos muchísimo mejor. Ha puesto que no te percataste de él. «Entonces eran cuatro, solo sentí a tres». Pensó para sí. — ¿Pero de qué hablas? Dime para comenzar, ¿cómo es posible que mi nombre aparezca carmesí? ¿Quién quiere verme muerta? —Niña, tú sabes cómo funciona esto. Los encargos son anónimos, los agentes elegidos al azar. Es imposible para mí darte esa información. Lo único que pude hacer fue detener a esos perros por unas horas. Quien te mate se lleva el premio. Así funciona nuestro gremio. —Si sabes cómo funciona todo, ¿por qué los detuviste? —Llámalo cortesía profesional. —Bastardo. —Tan temperamental como siempre. ¿Sigues en el taxi que tomaste? Bájate y camina hacia el centro de la plaza que está a unas cuadras de ahí. No te atacaran, confía en mí.
Irina caminó rápidamente entre la multitud. Tantas personas la hacían sentir un poco más segura. Por su cabeza pasaban miles de preguntas por minuto. Pero no había tiempo para ello, era el momento de escuchar a Endrit, el hombre que le había enseñado el arte de matar. —Ya estoy en el centro de la plaza. Habla de una vez. —Te diré esto por dos razones principales. La primera es que ésta es la primera vez que solicitan asesinar a uno de los nuestros y eso me molesta. La segunda, creo que eres un recurso importante y nos has hecho ganar mucho dinero. Por mucho eres la que más trabajos carmesí ha completado y la única que no toma los tres meses de gracia que solemos darles por cumplir la misión. —Wow, si lo dices así debería sentirme halagada. —Deberías. —Después suspiró, Irina pudo escucharlo pero no dijo nada—. Te preguntaré algo una sola vez y de ello depende si corto ésta llamada o no. —Te escucho. —Irina Jesús… ¿Quieres vivir? En ese momento la muchacha de apenas veinticuatro años de edad, se apretó fuertemente el móvil contra su oreja. Nunca he había planteado el hecho de vivir. Enfrentaba la muerte como algo natural, pero no se había detenido a pensar sobre vivir. Quizás ciertamente no lo merecía, después de acabar con la vida de tantas personas, el morir era una especie de justicia divina que Dios ha mandado sobre ella porque era especial.
FIN.